Debido a su enfermedad, Jeffrey A. Lill duerme hasta 16 horas diarias en una cama de hospital en Rochester, Nueva York. (Foto de J.J. Barrow.)

Por J.J. Barrow and Trevor Aaronson
Florida Center for Investigative Reporting

Paz Oquendo, trabajadora de la instalación de clasificación del Servicio de Correos de Estados Unidos (USPS) en Orlando, primero detectó un olor fuerte. Era el 4 de febrero del 2011, y el fuerte olor salía de una de las bolsas grandes de correspondencia que colgaban cerca de las cintras transportadoras de paquetes.

Oquendo se dirigió a Jeffrey A. Lill, el supervisor de 44 años que controlaba el trabajo desde una plataforma, y le dijo del olor.

In English

Package From Yemen Leads to Worker Illness, Government Stonewalling

“No puedo respirar”, le dijo Oquendo a Lill.

Lill bajó al piso — un área que los empleados llaman “la panza” — para investigar.

Entonces lo detectó, un olor fuerte a sustancia química que no pudo identificar y que salía de una bolsa mojada con una sustancia viscosa color marrón. Lill miró dentro de la bolsa y vio un paquete roto con tubos y cables a la vista. Recuerda haber leído con sorpresa la dirección del remitente: Yemen. Cuatro meses antes, dos bombas enviadas desde Yemen a través de FedEx y UPS, habían hecho que el Servicio Postal alertada a todos a estar atentos a los paquetes procedentes del extreme sur de la Península Arábica.

Temiendo que el paquete fuera peligroso, Lill ordenó a los 40 empleados a que salieran de inmediato del área y abrieran las grandes puertas de la instalación para ventilarla. Lill entonces colocó la bolsa en un carrito y lo empujó durante el camino de casi media milla hasta el contenedor de sustancias peligrosas.

Después de sacar la bolsa del edificio, Lill avisó por radio a su supervisora para notificarle del derrame sospechoso, quien le dijo que la próxima supervisora de turno terminaría de manejar el incidente.

A Lill le ardía la garganta y el gas que despedía la sustancia le había provocado un dolor de cabeza. Llamó a su mamá en Rochester, Nueva York.

“Quiero que sepas lo que ocurrió en la oficina de Correos”, recordó Janet Vieau, de 64 años y agente de bienes raíces, que le dijo su hijo. “A lo mejor sale en las noticias”.

Pero el incidente no generó titulares. De hecho, ni siquiera se mencionó en los medios. Lo que es más, USPS no investigó el paquete sospechoso como amenaza de seguridad o a la salud y no lo reportó al Departamento de Seguridad Interna, como incida el protocolo.

El paquete, cuyo destino se desconoce en este momento, ha creado un misterio, y solucionarlo pudiera ser la clave para salvarle la vida a Lill. En las semanas siguientes a quedar expuesto al paquete, Lill se sintió devastadora y inexplicablemente enfermo. Sufre de fatiga extrema, temblores y problemas hepáticos y neurológicos que suelen deberse a la exposición a sustancias tóxicas. Está tan mal que no puede trabajar y ahora depende de los cuidados de su madre en Nueva York. Los médicos de Lill dicen que no tienen forma de tratarlo sin saber qué sustancias contenía el paquete.

Mientras tanto, USPS se ha negado a investigar y ha expresado a través de abogados que el incidente nunca ocurrió. Pero el Florida Center for Investigative Reporting, en colaboración con el Programa de Reportaje Investigativo de la Universidad de California en Berkeley, descubrió documentos relacionados con el caso y entrevistó a dos denunciantes que confirmaron lo sucedido el 4 de febrero del 2011, lo que prueba que el Servicio de Correos se ha negado a investigar no sólo la causa potencial de la enfermedad de un empleado, sino lo que puede haber sido la presencia de un arma química en la Florida.

“Creo que se han dedicado a protegerse”, dijo George Chuzi, abogado de Washington, D.C. que ayuda a Lill y a su familia a presionar al USPS para que investigue. “Si estamos en lo correcto, no hicieron lo que debían haber hecho”.

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Hoy, Lill vive con su madre en Rochester, Nueva York, en una habitación pintada de azul, con las luces apagadas y las cortinas cerradas. Lill duerme 16 horas diarias en una cama de hospital.

“El era muy vital, tenía mucha energía y personalidad”, dijo Vieau, su madre. “Jugaba baloncesto y tocaba percusión”.

Pero ahora Lill está permanentemente en cama. “Puede mirar un DVD, y eso es todo”, dijo Vieau.
A las dos semanas del incidente del 34 de febrero del 2011, Lill comenzó a sentir síntomas parecidos a los de influenza. Tampoco podía dormir bien y estaba desorientado. “Se le pasaba, pero los síntomas regresaban durante más tiempo”, dijo Lill desde su cama, con unas gruesas cortinas cerrando el paso a la luz una soleada tarde marzo, más de un año después del incidente.

Janet Vieau revisa documentos en un esfuerzo por presionar al Servicio de Correos a investigar la sustancia química del paquete que su hijo manejó en febrero del 2011. (Foto de J.J. Barrow.)

Para junio del 2011 los síntomas se le habían intensificado. Aunque era delgado, perdió 25 libras. Tenía el hígado y el apéndice inflamados y terminó en el hospital con una úlcera sangrante y hemorragia en el esófago. Al mes siguiente Lill estaba sentado en la oscuridad en su casa de Lady Lake, Florida, incapaz de levantarse de su butaca reclinable y dedicar tiempo a los dos adolescentes bajo su cuidado: su propio hijo de 17 años y el hijo de un amigo bajo su custodia. Lill está divorciado.

En los 10 años que trabajó para el USPS, Lill rara vez faltaba. Pero en agosto del 2011 comenzó lo que se ha convertido en una licencia médica permanente.

En septiembre le extirparon la vesícula en un intento por aliviarle las náuseas y el dolor de estómago. Días después de la operación los síntomas regresaron. Los médicos no tenían explicación. Para finales de ese mes, la madre de Lill se dio cuenta que su hijo ya no podía valerse por sí sólo y se lo llevó a Nueva York.

Vieau trabaja ahora en una oficina junto a la habitación de Lill, escuchando constantemente en caso de que le empiecen los temblores. “Escucho las cosas estremecerse”, dijo. “Tengo que ir a abrazarlo y confortarlo”.

La exposición de Lill al paquete sospechoso es la única respuesta que queda a sus inexplicables problemas de salud. Ha visto a más de 20 médicos, entre ellos especialistas en toxicología y neurología, y ninguno ha podido diagnosticarle una enfermedad.

“A menos que sepamos exactamente a qué sustancia quedó expuesto, es como encontrar una aguja en un pajar”, dijo Richard Aguirre, uno de los médicos de Lill. “Si supiéramos qué toxina es, pudiéramos tratar de encontrar una cura”.

Pero hasta hoy, el Servicio de Correos niega que Lill haya estado expuesto a un paquete potencialmente tóxico proveniente de Yemen.

En una carta del 9 de marzo a Chuzi, el abogado de la familia, la abogada del USPS Isabel M. Robison escribió: “Una revisión de los archivos del Servicio Postal y numerosas investigaciones a nivel de Area y de Distrito han confirmado, como habíamos indicado anteriormente, que el 4 de febrero del 2011 no hubo ningún derrame tóxico en el Anexo MP de Orlando”.

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Después de terminar su turno en la instalación del USPS en Orlando una tarde de abril, Paz Oquendo está sentada en el sofá de una habitación de hotel en International Drive. Junto a ella está su colega de trabajo Yolanda Ocasio. A riesgo de perder sus empleos, Oquendo y Ocasio dijeron que el Servicio de Correos miente y que está ocultando el incidente. Ellas estaban allí cuando Lill sacó el paquete tóxico procedente de Yemen.

“No comprendo por qué el Servicio de Correos no admite lo que sucedió y hace algo para ayudar a Jeff”, dijo Oquendo.

En entrevistas con FCIR, Oquendo y Ocasio confirmaron que la versión de Lill de lo ocurrido en Orlando el 4 de febrero del 2011. El FCIR también obtuvo un mensaje electrónico que Lill envió a su supervisora (que tiene la fecha de envío), Cynthia Hickman, en que reportó la exposición a una sustancia potencialmente tóxica ese día. (Hickman no respondió a varias solicitudes de comentario).

Por qué, a pesar de los registros en papel y de las versiones de dos denunciantes, el Servicio de Correos se niega a investigar el incidente es algo inexplicable. Pero también es una preocupación potencial de seguridad nacional, que demuestra cómo el Servicio de Correos quizás no investigó un ataque terrorista potencia en la Florida.

En octubre del 2010, cuatro meses después del incidente de Lill con el paquete, las autoridades interceptaron dos bultos procedentes de Yemen con material explosivo dentro de cartuchos de tinta para impresoras. Uno fue descubierto en Gran Bretaña en un avión de UPS y el otro en un almacén de FedEx en Dubai. El Servicio de Correos dejó de aceptar por un tiempo las cartas y paquetes de ese país. Entonces la policía yemenita arrestó a un sospechoso y se reanudaron los envíos a Estados Unidos.

Pero el hecho de que el Servicio de Correos está en la primera trinchera del antiterrorismo no es nada nuevo. Desde los ataques con ántrax en el 2001 — durante los cuales cartas contaminadas con ántrax fueron enviadas a medios de noticias y a dos senadores federales demócratas, que dejaron un saldo de cinco muertos y 17 infectados — el Servicio de Correos ha estado en alerta para un nuevo ataque.

Por eso la representante federal Ann Marie Buerkle, republicana por Nueva York, quiere respuestas sobre lo que sucedió en Orlando el 4 de febrero del 2011. Buerkle, cuyo distrito incluye la casa donde vive Lill en Rochester, ha presionado al Servicio de Correos a investigar lo que ella considera un informe creíble de una posible arma química.

“No estamos satisfechos con el nivel de respuesta del Servicio de Correos”, dijo Timothy Drumm, jefe de despacho de Buerkle. “Queremos determinar si el Servicio de Correos tomó las medidas apropiadas, determinar si los empleados están seguros. Pero como ellos dicen que el incidente no ocurrió, ni siquiera podemos llegar a eso”.

Funcionarios del Servicio Postal en Washington, DC, y la Florida se negarón a comentar sobre la solicitud de Buerkle por una investigación y las alegaciones de los dos empleados del servicio postal.

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Cuando Lill está despierto y lúcido, expresa frustración de que el Servicio de Correos no reconozca el incidente que puede haberlo afectado tanto.

Cerrando los ojos con fuerza y con temblores en las manos, Lill reconoció que no siguió el protocolo para manejar el derrame. Apurado por proteger a sus empleados, Lill no siguió las reglas que le exigían ponerse un traje protector antes de tocar el bulto postal. Por eso, dijo, el líquido del paquete le tocó la piel. Era una sustancia gruesa color marrón difícil de lavar.

“Yo quería asegurarme de que ellos salieran porque un empleado ya tenía dolor de cabeza y a mí también me comenzó a doler la cabeza rápido”, dijo Lill. “Si yo hubiera seguido las reglas, creo que hubiera habido más personas expuestas a la sustancia”.

Lill tiene días buenos y malos. En los malos batalla por distinguir la realidad de los sueños. “Lo he escuchado hablar español en su habitación, donde no había nadie”, dijo Vieau. Lill aprendió a hablar español mientras trabajaba en el Servicio de Correos. “Algunas veces se ríe y gesticula. Pero está en otra parte”.

Los médicos de Lill dicen que sus síntomas son similares a los que causa el contacto con una neurotoxina. Pero para identificar esa toxina, Lill necesita que el Servicio de Correos reconozca que el incidente ocurrió, que determine si la entidad todavía tiene el paquete o fue trasladado del área de sustancias peligrosas al basural de un contratista en Kentucky, y entonces habría que someter el contenido a pruebas.

Lill espera que si pueden encontrar el paquete él pudiera recuperarse.

“Sólo quiero estar tan saludable como antes”, dijo Lill.